Es frecuente que la toma de decisiones en los negocios se alimente de diferentes fuentes de información, que al ser analizada e integrada facilita la consideración de todos los aspectos relevantes que han estado disponibles para orientar las decisiones. Sin embargo, por más datos que se dispongan, la toma de decisiones recae en el factor humano, que puede desoír las recomendaciones de acción que hasta el mejor sistema experto pueda indicarle, puesto que hay elementos de las decisiones que son reacios a ser diagramados por medio de algoritmos en árboles de decisiones automáticos.
Uno de los elementos más relevantes en este sentido es la capacidad de regulación afectiva, esto es: la capacidad para identificar los afectos y expresarlos de manera ajustada a las situaciones interpersonales. Esta capacidad afecta de manera directa la toma de decisiones puesto que los afectos son generados por un interjuego de aspectos personales y situacionales que son claves para la valoración de la información disponible en la toma de decisiones.
La dificultad en la regulación afectiva aumenta los riesgos asociados a la toma de decisiones en los negocios, y mientras mayor es la complejidad del contexto de estas decisiones más relevante es la capacidad para regular los afectos. El decir sí o el decir no, por simplificar lo que es decidir, tiene mucho que ver con esta capacidad.
Para las organizaciones es muy importante medir la capacidad para regular los afectos de sus empleados, más aún cuando estos tienen entre sus responsabilidades tomar decisiones a partir de fuentes de información en contextos complejos y de alta incertidumbre. Considerar lo relevante en los datos y en los afectos para orientar la acción en direcciones convenientes para los negocios, redunda en una reducción de los riesgos del decir sí o el decir no.
